La biblioteca fantasma

Persecución y caza de libros raros y perdidos: Jacques Vallée des Barreaux y la tortilla de chicharrones

Por Marina Pino

Hace un par de años un redactor de la revista L´intermédiaire des casanovistes, de la que soy colaboradora, me envió copia de algunos documentos manuscritos relativos a Giacomo Casanova, en los que éste se carteaba en Zaragoza con un tal conde de La Loyère. Ambos, Casanova y La Loyère, habían traducido el mismo soneto de un tal Jacques Vallée des Barreaux, al italiano el primero y al francés moderno el segundo (?), coincidencia que le hacía al conde tanta gracia que le había dedicado a Casanova para celebrarla varios juguetes poéticos, acrósticos y ovillejos con ecos.

Hablé en mi artículo sobre acrósticos, ovillejos y libertinajes poéticos, además de traducir mi texto al italiano rimado, pues la revista no incluye el español entre los tres idiomas en que se edita.

Escribía el buen conde esta cursilada rococó en agradecimiento por la traducción casanoviana del soneto de Vallée:

Mui estimado Señor
Don Jacobo Casanova,
con vuestro soneto arroba
recibí de grano y flor,
pues pareciendo mejor
que los míos, bien se infiere
de la Ley con que se quiere.
Os queda reconocido,
servidor fino y rendido,
el Conde de la Loyere.

Los juguetes poéticos del conde francés, cuyas huellas en Zaragoza no he podido encontrar, son como se ve de lo más pedestre, puro entretenimiento de salón rococó, pero tuvieron la virtud de descubrirme a un excelente poeta del siglo XVII francés, además de brindarme una pista de qué es lo que leía Casanova en cuestión de poesía.

Jacques Vallée des Barreaux había nacido en 1599 en Châteauneuf-sur-Loire (Orleáns), perteneciente a una ilustre familia. Como todos los nobles, fue educado por los jesuitas en el colegio de La Fléche, donde conoció a Descartes, pero más tarde su educación fue confiada, imprudentemente, al célebre poeta Théophile de Viau, que lo introdujo en el círculo de los poetas libertinos que el propio Théophile capitaneaba. Se puede decir que el joven Jacques pasó del dogma católico al librepensamiento sin que la familia se diera cuenta, un desliz que pueden cometer hasta las mejores casas. Y el attachement del discípulo por su maestro fue tal que no acabaría más que con la muerte de Théophile, de resultas de los malos tratos sufridos en prisión. Las biografías añaden, además, el sugestivo cuadro de que Théophile muriera en brazos de su fiel amigo Vallée.

Tras la Fronda, Vallée frecuentó los círculos eruditos donde se discutía la existencia de Dios, la espiritualidad del alma, la verdad de los dogmas religiosos, y donde conoció al gran Gassendi y posiblemente también a Pascal.

Decía yo en ese artículo, que retraduzco del italiano al castellano, que los poetas del grupo libertino exaltaban los placeres del vino, el sexo e incluso el amor entre hombres. Y todos ellos, y en particular Vallée, adoptaron un estilo de vida fundado en la ostentación irreligiosa como militancia no exenta de riesgo: un tío de Vallée, Geoffroy (1550?/1574), fue quemado en la hoguera a causa de un cierto panfleto antipapista. También la sodomía estaba penada con la muerte. Nada que no ocurriera en España.

Sin embargo, la grandeza de Francia estriba en que pese a todo existió un libertinaje –de costumbres y de ideas-, como existieron unos poetas libertinos e incluso declaradamente ateos, como existió el primer cura ateo, Meslier, sosteniendo todos ellos un osado pulso contra el dogma, encarnado por los jesuitas de la Sorbona. Si hoy existe alguna libertad de pensamiento, se lo debemos a ellos. Por ejemplo, los gays no deberían olvidarse en su Día del Orgullo Gay de Denis Sanguin de Saint-Pavin, poeta quemado en efigie, que dedicó toda su obra a exaltar el amor entre hombres, aunque no se tiene noticia de que él tuviera amores de ese tipo, lo que significa que a menudo los poetas libertinos utilizaban ciertos temas como consignas revolucionarias.

Atraída por Vallée des Barreaux, de quien nunca había oído hablar, me puse a buscar datos sobre su vida y su obra siquiera por ver dónde bebía Casanova. En los principios de mi aprendizaje en internet encontré algunos fragmentos de la tesis de Sophie Houdard, de la Universidad Sorbonne Nouvelle.

En ella la autora se ocupaba de la Vida de escándalo y escritura de lo obsceno: hipótesis sobre el libertinaje de costumbres en el siglo XVII, y dedicaba un apartado a Vallée bajo el subtítulo de La ley del escándalo: Jacques Vallée des Barreaux y Antoine de Roquelaure, en el que afirmaba que bien podía hablarse de un estilo de libertinaje basado en la ostentación, entendiendo por ello una manera de ser que condiciona el comportamiento y la vida cotidiana, y no solamente la actividad literaria.

Es decir, además de escribir, el libertino da testimonio de su libertinaje a todas horas. Es un militante de un partido subversivo, que se aplica en decir muy finamente lo que no puede decirse y en burlar la censura, al tiempo que algunos de ellos militan de obra, en una especie de happenings que podrían calificarse de divertidos, si sus autores no estuvieran caminando sobre el filo de la navaja.

Cuenta el conocido cronista oficial Tallemant des Réaux que estando Vallée en el castillo de un amigo suyo, vio entrar a unos monjes con ánimo de pernoctar allí y, nada más verlos, Vallée se puso alegremente a hacer el ateo por divertirse un poco. Tantas y tales cosas dijo que los monjes salieron escapados del castillo como si hubieran visto al Diablo en persona, y fueron a alojarse a casa del cura del lugar. Como ese año las cosechas se habían helado, los aldeanos lo tuvieron por obra de aquel Satanás alojado en el castillo, al que asediaron, y trabajo tuvo el señor del lugar para facilitar la fuga de Vallée. Tallemant atribuye el comportamiento de Vallée a una inexistente borrachera. Nada de eso. La frase favorita de Vallée, estuviera sereno o achispado, era “Vamos a ateizar un poco…”

No obstante, su anécdota más sonada la cuenta así mismo Tallemant, y es la que más le gusta a Bremaneur. Y a mí también.

Un día de Viernes Santo, Vallée reúne a algunos amigos en el reservado de una posada para poder degustar con ellos una buena tortilla de chicharrones que había encargado con antelación para celebrar la Cuaresma. Se prepara la tortilla. Se sientan los amigos a la mesa. Aparece por fin la tortilla de chicharrones humeante y deliciosa. Estalla en ese mismo momento una de esas tormentas que parecen anunciar el fin del mundo, y más en tiempos en que aún no se ha inventado el pararrayos, retiembla la posada, descarga el cielo su cólera, se levanta entonces Jacques Vallée de su asiento, agarra la bandeja con su tortilla, abre el ventanal y lanza la tortilla al cielo, al tiempo que exclama: “¡¡¡Cuánto ruido por una simple tortilla, Dios mío!!!”

Nuestro poeta lleva una vida tan disipada, y gasta de un modo tan insensato, que al fin su familia termina por incapacitarlo. Si malo era tener un pariente más libertino que un loro, y ateizante por añadidura, peor es que sea un pródigo: la prodigalidad era un delito que se pagaba con el internamiento en alguna de las bastillas del rey o con la incapacitación del pródigo. Si preocupaba la salvación del alma, más preocupaba la salvación de la herencia.

Primero ayudada por unos retazos de información hallados aquí y allá, y luego por la carísima edición de La Pléyade, Libertins du XVII siècle, de Jacques Prévot (muy contestado por la coterie de los especialistas, todo hay que decirlo), pude hacerme una idea precisa del contexto en que vivió Vallée des Barreaux, de sus escritos, y de todos los demás componentes del grupo libertino erudito, entre los que hay una única mujer, Madame Deshoulières, de la que se sabe muy poco y de la que habrá que dar cuenta algún día.

La poesía de Jacques Vallée des Barreaux, quién lo diría, entronca con toda la poesía del Barroco y su agudo sentido de la fugacidad de la vida, y en eso podría pasar por español. Tal vez no sea un poeta de primera fila, pero es de todos modos muy bueno y a mí me encanta:

Ce n´est qu´un vent furtif que le bien de nos jours,
Qu´une fumée en l´air, un songe peu durable;
Notre vie est un rien, à un point comparable,
Si nous considerons ce qui dure toujours.

Un Comentario

  1. Sexto Empírico

    Marina:

    Gran entrada que merece ser continuada con muchas otras sobre los libertinos. A propósito de estos, Michel Onfray escribió un interesantima introdución al tema, titulada » Le libertins barroques» y que ha sido traducida en Anagrama con el título de «Los Libertinos Barrocoso. Contrahistoria de la filosofia». Me gusta especialmente la definición de Onfray, según la cual «el libertino se emancipa de toda fe, de toda creencia y concede crédito a lo que es demostrable, verificable, evidente.» En esto se asemejan a Pirrón y, claro está a… Sexto Empírico.

  2. Marina Pino

    Sexto, no diga que lee a Michel Onfray porque lo despreciará la intelligentzia nacional. Los pone furiosos. Por guapo, por pobre, por ateo, porque tiene una universidad gratis, porque vende…A mí me interesa: escribe sobre cosas que me interesan de un modo que puedo entender. Su librito de poche dedicado al «Vientre de los filósofos» es delicioso. Bueno y barato. Se lo recomiendo. En francés.

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