La biblioteca fantasma

Paris de ma jeunesse

por José Martínez

Me gusta entrar a cotillear en las librerías de viejo aunque no suelo comprar mucho libro antiguo. No sé si es el tacto o el olor que luego te queda en las manos, pero casi siempre prefiero un libro nuevo a uno usado. De vez en cuando sí que me regalo a mí mismo algún libro deseado, como este año por mi cumple que me regalé Madrid visto por un pintor de Gabriel García Maroto. Mi víctima hace un par de años fue Paris de ma jeunesse (Aubier, 1988) del ilustrador francés Pierre Le-Tan.

No sé muy bien cómo llegué a este libro, imagino que todo vendría de la exposición que le hizo José Carlos Llop en el Reina Sofía en 2004 que me dejó colgado de este artista. Si a esta exposición le añadimos que el libro trata sobre París -ciudad que no conocía hasta hace diez años y lugar estos últimos tiempos de varios de los momentos más felices de mi vida- y que el prefacio está escrito por Patrick Modiano (¿Quién llegó antes, Modiano o Le-Tan? ¿Tuvo algo que ver Francoise Hardy en todo esto? Tampoco lo recuerdo) hizo que buscara periódicamente el libro por internet hasta que hace un año lo encontré en una librería suiza y lo compré.

De los textos no puedo comentar mucho ya que mi francés no va más allá de saber de qué va un texto o una conversación. Lo importante del libro son los dibujos, los retratos de los fantasmas de la infancia y juventud del autor y sobre todo los escenarios recorridos en aquella época de su vida, por muchos de los cuales he vagabundeado en mis caminatas por la capital francesa. En los paisajes urbanos de Le-Tan siempre hay un personaje lejano en traje, casi un observer de los de Fringe, que da talla humana al dibujo. Algunas de las imágenes me encantan, como la de la plaza Breteuil, al lado de donde nacieron mis sobrinos, o la de las escaleras de la avenida Camõens, que son el último peldaño que subo agotado antes de llegar al colegio a recoger a las fieras. Me gusta sobremanera esta última, con el solitario en lo alto de la escalinata mirando hacia el río mientras dos farolas encendidas le observan. Amanece o anochece. Es de noche. Aunque de Le-Tan, recordando la exposición y alguna de las imágenes del libro, casi lo que más me gusta son los interiores, llenos de tranquilidad. Estoy seguro de que en algún cumpleaños me compraré un dibujo suyo, como el de la habitación del doctor Van Son, en una isométrica genial donde el hombre solitario ha salido del encuadre aunque se ha dejado en el suelo abierto el libro que estaba leyendo.

Poco más puedo decir sobre este libro, leí una vez los textos y ya no recuerdo nada de lo que dicen, pero sí de lo que los dibujos narran y de vez en cuando lo abro para verlos de nuevo, como hace Gabriel con sus tintines, y recorro con la imaginación los sitios que salen preparando paseos para cuando vuelva de visita. Si lloviera, y en París llueve siempre, me gustaría recorrer muchos de los dibujos con ella de la mano, y ver si así al señor solitario en traje le sale una dulce acompañante en sus paseos parisinos. Algún día. Crucemos los dedos.

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